Recuerdo la primera vez que fui a un campo de fútbol, fue la fase de ascenso a segunda A de la temporada 92-93, y la UDS no consiguió su objetivo. Fue la época en la que los clubes deportivos empezaban a ser sociedades anónimas y la economía española empezaba a repuntar, con lo que en el fútbol, también, empezó a gastar sin tener en cuenta lo que ingresaba.
Karl Marx decía que la religión es el opio del pueblo. Ciento cincuenta años después podemos decir que una función más o menos parecida la desempeña el fútbol. Y he de decir que me encanta; aunque, con el tiempo me he dado cuenta de que lo más me gusta de todo esto no es quién vaya a meter la pelotita en una portería, sino todo lo que rodea a este maravilloso paripé. Hoy, año 2012, el fútbol mueve una cantidad de dinero en todo el mundo absolutamente increíble, por lo que tengo mis muy serias dudas acerca de casi todo lo que lo rodea, desde el dopaje hasta el último resultado de la última división del último rincón de la Tierra.
El fútbol profesional en España está en la ruina más absoluta, debe unos 800 millones de euros a Hacienda y a la Seguridad Social, y salvo el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona, todos los demás equipos son deudores. El fútbol no es más que el reflejo de lo han sido los últimos veinte años en este país, viviendo muy por encima de sus posibilidades. De hecho existe una categoría que no es ni profesional ni amateur, que es segunda B, que tan solo ha servido para alargar la intensa agonía de clubes que tenían que haber dejado de ser profesionales, ya que no podían mantener sus niveles de gasto, no tienen ni un ingreso y que han de seguir pagando las deudas. Es una auténtica lástima ver a equipos históricos de nuestras ligas, como el Real Oviedo, el Cádiz, el Tenerife o el Alavés, y cómo no, mi Unión Deportiva Salamanca, al borde de la desaparición y suplicando una limosna pública que les permita continuar en la UVI.
Después de unos cuantos meses, el domingo pasado decidí volver al Estadio Helmántico, diecinueve años después de aquél día de junio de 1993, campo al que dejé de ir hace unos meses cuando me vine a vivir a Talavera de la Reina. He ido cada domingo a ver al equipo de mi ciudad los últimos diecisiete años.
Una de las grandes películas, que creo que están por rodar de la Historia del cine es acerca del fútbol y de todo lo que ello conlleva. Cuando echo la mirada atrás y me pongo a recordar qué son los campos de fútbol me viene a la cabeza las gélidas tardes de invierno en el Estadio Helmático, el olor a puro, el buscar el narrador en la cabina de la cadena Cope, los atascos de la salida, el volver a casa en el Corsa escuchando el Tiempo de Juego, la desilusión, el hacerte una gorra con un trozo de periódico, el café de antes del fútbol, el dejarte el pijama debajo de la ropa de abrigo, o el intentar seguir el ritmo de las canciones de los supporters. Son muchos años y muchas sensaciones buenas a las que ayuda este deporte, a pesar de ser el opio del pueblo del S. XXI y una herramienta fatal para las conciencias sociales, el sentimiento de hermanamiento, el decir que me voy a preparar para ir al fútbol es algo que creo que no debe perderse y que creo que Salamanca no puede permitirse ese lujo. Otra cosa es pedir cuentas a nuestros gobernantes. Eso no. Las responsabilidades a aquellos que han llevado la nave a este puerto. Al de la ruina - desaparición. Lo malo es que me recuerdan mucho a ciertas situaciones desesperadas de gente que veo día a día en el trabajo. Y el final no es final feliz. Suerte Unión.