Tradicionalmente he venido usando este blog como una especie de minúsculo altavoz en medio de la gran marabunta que puede ser la era digital, en la que pretendo poner una gotita de acidez, de mirada crítica, a este mundo que es el que tenemos, con sus cosas buenas, y sus no tan buenas. Dichosos afortunados que somos de vivir tan arriba de La Pelota.
Por eso hoy quería dar salida a unas líneas que tenía escritas desde hace unas cuantas semanas, y que tiene una mirada diferente; con el vaso más lleno, que entiende más mi filosofía de vida, aunque en muchas ocasiones es más que harto difícil así entenderlo. Por eso hoy lleno el vaso hasta arriba y escribo acerca de La Naturaleza, con lo que da sin hacer nada.
Los Alpes son el principal sistema montañoso que tenemos en Europa Occidental. Su techo está Monte Blanco, El Mont Blanc, en territorio francés, cuna del alpinismo moderno, y que se eleva hasta los 4.810 metros de altura. La verdad es que la naturaleza, de una u otra manera, ha estado muy presente en mi vida, y especialmente las montañas en los últimos 16 meses, en los que me he ido iniciando en el alpinismo.
Creo que la Naturaleza, y en mi caso concreto las montañas, aportan experiencias, que, como persona no había experimentado en ningún otro rincón: la superación, el esfuerzo, las ganas de llegar hasta la cima - que más de algún que otro chapuzón nos ha costado este invierno-, y sobre todo, la sensación de creerte que con ello consigues tener el mundo a tus pies. De esta manera haces que esa abnegación sea superada cada día, siendo capaces de convertir la montaña más alta, más difícil, en el reto más apasionante, y pasarlo a tocar con los dedos de tus manos. Bonita manera la que tiene cada uno, la de luchar por los sueños, así que dejemos que la imaginación eche a volar.
No podría destacar, para nada, con qué época del año me quedaría, con el espectáculo visual que supone una montaña, pero el deshielo, y un buen día de invierno, con las canales repletas de hielo y nieve dura; el viento soplando muy fuerte en las crestas, o caminos que se han convertido en auténticos ríos, pueden ser compañeros habituales, pero las cuales no importa demasiado, si has conseguido hacer cima. Y sino pues también, y sino que se lo digan a otro nuevo bloggero, mi buen amigo, Turu.
Las montañas te enseñan a crecer como personas, te colocan en situaciones difíciles, e incluso peligrosas, con lo que hay que saber medir perfectamente el riesgo. Yo especialmente he aprendido, o estoy en ello, mejor, a enfrentarme a momentos de cierta ansiedad ante alturas importantes, que como decía Bravo hace unas semanas, he ido superando de manera bastante notable. Exposición, exposición y exposición, dicen que es una teoría; yo la he aplicado como tal, y no me ha ido mal y así os lo aconsejo a todos, siempre que el riesgo esté medianamente bien medido, claro. Gracias.
Y vuelvo al principio para terminar ésta, mi pequeña oda a las montañas, y sobre todo, a la naturaleza. Solo decir que esto no es más que una manera de entender la vida, de saber dónde están nuestros límites, y cómo no, de conocerse uno mejor a sí mismo. Así que a disfrutar.